La segunda semana en Bélgica nos ha regalado experiencias que trascienden lo académico. Ha sido una travesía de aprendizaje vivencial, donde cada paso, conversación y paisaje ha sido una oportunidad para crecer como personas, como compañeros y como comunidad.
Desde Tréveris hasta Huy, pasando por la cocina, el aula y el camino, nuestros estudiantes han caminado sobre las huellas del Imperio Romano, han compartido con jóvenes belgas desde la cocina hasta el circo, y han enfrentado desafíos físicos y personales que los han marcado profundamente.
El lunes cruzaron la frontera para encontrarse con la historia viva de Alemania: la imponente Porta Nigra, la Catedral de San Pedro y el Anfiteatro romano. Lugares que no solo se estudian, sino que se sienten, se recorren y conmueven. El martes, entre galletas “speculoos” y papelógrafos del recuerdo, la cocina se volvió aula y el idioma, un puente.
El miércoles, la visita al Fuerte de Citadel en Huy fue un momento de recogimiento. Un espacio que remeció, al conocer que fue usado como campo de detención durante la ocupación nazi. Historia dura, que interpela y deja huella. El jueves se transformó en una verdadera expedición: más de 30 kilómetros recorridos a pie con brújulas y mapas en mano, uniendo a chilenos y belgas en un desafío exigente, pero inolvidable.
Y cerramos el viernes entre raíces lingüísticas y malabares. Desde una clase de latín que iluminó conexiones entre culturas, hasta la visita a una escuela de circo profesional que abrió nuevas perspectivas sobre vocación, pasión y creatividad.
Así es como educamos para la libertad: con experiencias que mezclan carácter, fraternidad y cortesía; que forman en la adversidad y celebran el descubrimiento. Seguimos avanzando en este camino, con los valores de nuestro colegio como brújula.
La próxima semana será la última, pero sabemos que lo vivido quedará en ellos para siempre.